martes, 22 de noviembre de 2011

Café de noviembre

Noche luminosa, Rudy Catoni alumbraba su libro "Pizzería San Luis - de amores dolientes y otros orgasmos" en Alta Gracia. El maestro Eduardo Ortiz acompañó el clima con su bandoneón y con un excelente espectáculo de tango.
Cuando dejó de sonar Naranjo en flor, comenzó el café en la voz de Viviana Aguirre con un cuento narrado con su impronta. Luego Claudia Molina nos acercó su poesía para eclipsarnos. Después fue Irma Varela con su chispa y Alicia de Bezzi que compartió un poema erótico de Gladys Ataide, Salvador Tortosa que trajo un cuento de Alejo Carpentier, Reynaldo Farías que no trajo esta vez la guitarra para participar como poeta. Marta Guzmán, brillando con sus metáforas. Silvia Crespi, nuestra narradora local y mágica.Luis Ferrari amigo con asistencia perfecta a los cafés. Marcos Molina, actor, profesor de teatro que compartió su inspiración espontánea en un poema. Luis Cutró que se animó a capella a llevarnos hasta su Italia con sus canciones.




La noche no sería sin los poetas, sin los narradores, sin la música. El café se reinventa cada penúltimo jueves, ha crecido y nos invita a seguir creciendo.
Es un niño que aprendió a caminar con las palabras.

Pizzería San Luis - de amores dolientes y otros orgasmos

El jueves 17 de noviembre presentamos el libro de Rudy Catoni, editado por Casa de las Tejas




























La Gral. Paz se alborota de bocinazos, de rutina embravecida. Al 365 de la avenida un local se resiste al siglo y a sus modas, un espacio donde el tiempo no tiene edad, una dimensión donde la vida se mide en lo que dura una botella de vino.
Nombro a la Pizzerìa San Luis, escenario que eligió Rudy para trasponer el submundo de los amores dolientes y amasar este libro sudado, sesudo, sentido que hoy nos convoca como un banquete.
Las páginas con huellas de aceite son mesas servidas, porciones masudas de pizza generosa que invitan a masticar una literatura al plato, sin mantel y sin cubiertos, tal como se sirve el menú en la Pizzería San Luis.
Hay que sentarse en este no lugar transitorio, con un vaso de vino barato como única compañía, con una existencia de aceituna mordida que se abraza desesperadamente al carozo. Desde esa nadiedad, Rudy nos arranca la mirada superficial y nos confronta sin melodramatismos con una galería de seres humanos crudos en su desolación itinerante de estrellas sin fortuna.
Desnuda la hipocresía, nos revela la teatralización de aquellos gestos repetidos en una realidad que los exprime hasta hacerlos sentir vivos aunque ellos no lo sepan.
Hay una exactitud de orfebre en la elección de cada palabra, un filo implícito que nos hace cómplices en la nostalgia, en el desengaño, nos solidariza en la pena frente a un espejo que revela nuestra solapada miseria.
De un modo u otro eslabona facetas, vértices comunes y uno sin querer o queriendo se involucra en el texto hasta ser el niño que vende estampitas en el infierno y no reconoce santos de demonios o el conquistador decadente y la muchacha que juega el papel de ingenua y se deja conquistar, ser el Juancho o la Rita, los únicos seres con nombre que ofician de anfitriones, ser el hambriento y la burguesa fuera de lugar, la prostituta, la infiel, ser el borracho orinado en sus pantalones, el filósofo incierto, la armonía mentida en esas cuatro paredes, la despechada, la pasión prefabricada, el amor y la repugnancia.
El bar de los mismos dice Rudy con una ternura que supera la franqueza de colectividad abierta que pasma en ese no tiempo de contraste dentro de las agujas del antiguo reloj de la Pizzería San Luis. Piezas de museo de un lado y otro de la barra, como si los dolores fueran inmóviles en ese ámbito sin permuta ni mudanza.
Un narrador que también se destripa en lamentos por el amor derrotado, gastado, inconcluso, accidentado, omitido que brinda con fantasmas por antiguas revoluciones de juventud, ideales que se ahogan en un sorbo de tinto. Esas ganas sonoras de llorar y la incapacidad de inventarse una lágrima para mitigar el desconsuelo.
Desde la muerte, la ausencia, el olvido, la marginación, hasta el sexo como una necesidad de existir en la carne, en el instinto, este libro es una revalorización de los nadies, un tremendo todo incluidos los orgasmos, una obra existencialista donde “se vive la escritura porque se escribe la vida.”






Rudy Catoni - el autor













Maestro Eduardo Ortiz para un cierre a todo tango